Cuidado con el predicador
Es la única película dirigida por Charles Laughton después de la cual nada más pudo dirigir cayendo en manos del senador McCarthy y su "caza de brujas". Pero al actor británico le bastó ponerse una vez tras la cámara para lograr una indiscutible obra maestra, un fascinante dibujo de los miedos infantiles, ensoñaciones, realidades y cuentos en forma metafórica de la inocencia frente al mundo en su estado puro.
Otro director habría servido un thriller quizá entretenido, pero rutinario y previsible. Con Laughton el relato adquiere resonancias insospechadas, casi míticas. Robert Mitchum, el reverendo, parece la maldad encarnada. Sus dedos, con las letras tatuadas que componen las palabras "hate" y "love" (odio y amor), recuerdan la lucha del bien y el mal. Su boca está llena de maldad e hipocresía, retuerce las Escrituras, usándolas a su antojo.
La fotografía expresionista de Stanley Cortez, en blanco y negro, ayuda sobremanera a dar al film el deseado aire de irrealidad -las imágenes del río son verdaderamente embelesantes-, de una fantasía que parece acontecer en el país de los sueños. Curiosa paradoja para una historia muy real en el fondo, la de la eterna lucha entre el amor y el odio. Y es que el film de Laughton se resiste a los encasillamientos, tal es su riqueza de contenidos. Una auténtica delicia. (DeCine21)
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