La película que aquí traemos, inspirada en tal vez la mejor novela homónima de D'Annunzio, es la última que Visconti rodó no siendo estrenada hasta después de su fallecimiento siendo considerada en su conjunto, por su temática, su razón de fondo y su perfección, como el testamento que tuvo a bién dejar para la posteridad. Decir que es la mejor película del director resulta arriesgado pero, sin duda, para no pocos amantes del buén cine y/o incondicionales de Visconti, lo es.
En ella se encuentran todas las constantes que en sus anteriores filmes pone de relieve haciendo hincapié en todos aquellos aspectos que en ocasiones el ser humano es capaz de desarrollar y actos que llevar a cabo cuando una realidad con la que no se cuenta se presenta haciendo caer todas aquellas ideas preconcebidas e idealizadas que con respecto al matrimonio, el sexo, el amor y la vida se ponen en práctica creyendo no temerle a nada por hallarse al margen o por encima de cualquier prejuicio social, económico o personal.
El film nos presenta cómo un joven, adinerado y hermoso matrimonio formado por Tullio y Giuliana, cómodamente instalados en los usos y costumbres de su clase social, se relaciona entre sí de manera que el esposo sea por completo libre de mantener relaciones con cualquier otra mujer a la par que su esposa convenientemente hace que no lo vé o de lo que nada sabe, hasta que en el tiempo se dá la circunstancia de que también ella por una vez coloque el rol marital hasta entonces mantenido, a la par, desatando en consecuencia lo peor.
El inocente es una oscura historia sobre gran parte de las pasiones humanas, sobre el amor y el deseo, el egoísmo, los celos y el odio que pueden llevar incluso al crimen, pero Visconti nunca destapa la caja de los truenos, no agota visualmente las posibilidades de lo que muestra. Su mirada es siempre distante, escéptica y elegante, y no entra nunca a juzgar los actos de sus personajes sino que, sencillamente, los expone sin regodearse en su monstruosidad y acaba aceptando la última posibilidad de redención en una escena que consolida la serenidad de que hace gala toda la película y que pone un bellísimo final a la filmografía de Visconti en la que todo por completo, hasta su música, es arte.
Queda, pués, como un legado de lucidez, escepticismo y desesperación, una lección de cine en un último aliento tenso y de extraña vivacidad,
totalmente imprescindible de ver, volver a ver y retomar.
Duración: 123m.
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